Recuerdos
- J.Javier Arnau
- 25 ene
- 2 Min. de lectura
Relato
J. Javier Arnau

He pasado por mi antiguo hogar. Un edificio no muy viejo, no de los más antiguos de la ciudad. Al mirar a la ventana de la que antaño fue mi habitación he divisado, a duras penas entre las sombras, a mis recuerdos. Agazapados, listos para saltarme encima en cualquier momento. Ya lo estaban intentando desde que entré en mi antiguo barrio; el descampado donde jugaba , ahora es un supermercado; el colegio al que iba, es un edifi cio de ofi cinas; la tienda de ultramarinos está cerrada, hace años ya; el viejo kiosko (en realidad, la casa de una anciana que se sacaba un dinerillo vendiendo chucherías, que comprábamos antes de entrar a la clase de la tarde) es una inmobiliaria (parece que ahora casi todos los negocios son inmobiliarias); el otro kiosko, donde compraba los pocos cómics de superhéroes que llegaban a la ciudad en aquellos tiempos, ha desaparecido. Todo esto se me apareció por un instante en mi cabeza, junto con mis compañeros de juegos y los antiguos cómics, las noches de verano paseando con mis padres, la luz del faro iluminando, desde lejos, las casas de mi barrio. Nuestros viejos juegos, intercambio de tebeos, una habitación en la que mi madre planchaba, mi padre trasteaba con la electrónica y yo jugaba, los álbumes de cromos que regalaban en los pastelitos. La nostalgia me ha hecho dudar, ha hecho que se tambalease mi seguridad y, por un momento, he estado a merced de los recuerdos, que saltaban sobre mí desde la ventana de mi antigua habitación. Un viejo amigo me ha rescatado. Hacía años que no nos veíamos. Hemos hablado de nuestros tiempos en la escuela, del parque donde intercambiábamos cómics, de cuando jugábamos a ser superhéroes. Hemos quedado en volver a vernos. Sé que nunca lo haremos, a no ser por casualidad. Pero, en contra de lo que pudiera pensarse, esto ha hecho que los recuerdos volvieran a su lugar, a donde siempre deberían estar. Han saltado sobre mí, sí, pero han entrado en mi cabeza, hasta el fondo de mis pensamientos, donde no pueden hacer daño. A veces los dejo salir, que recorran las viejas calles, los parques donde nacieron, el colegio donde se formaron. Pero siempre vuelven a mí, domesticados, sin peligro de hacer daño. Y así, mi pasado vive en mis recuerdos.
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